Por: Daniel Fernández septiembre,
2013
El origen de este ensayo-opinión
crece dentro de un marco de dudas en el que se presenta una crítica novata, en
el sentido de que no existe crítica a la crítica. Y si existe se halla dentro
de un marco de reafirmación constante y monótona. Es decir, la crítica
existente hacia la crítica del arte dentro del pequeño y selecto círculo de los
que conocen de su existencia es reiterativa y se afirma a sí misma, haciendo
que la crítica conserve los mismos estándares clásicos. Regida por márgenes de
ética y moral muy pequeños, la crítica se enlaza con aspectos a veces
irrelevantes que hacen que se tropiece con su propio ego. Con esto no quiero decir que el crítico sea un ególatra, sin
embargo su camino es muy cercano y paralelo. Dentro de esta controversia
existen contrapuntos que acompañan a la crítica y argumentos que no. Mi objetivo
no es recalcarlos, pero sí encontrar su origen y su relación con el nacimiento
de un ego artístico y de su
valoración.
Mi punto de entrada en la crítica es el ego mismo. Me remito al origen de la
crítica como una nueva voz que nace por, para y hacia un pueblo que quiere y
tiene algo que decir acerca del arte y de la producción cultural (Guasch, A. Coord. (2003). La crítica del arte.
Historia, teoría y praxis. Barcelona: del Serbal (capítulo 1). Sin embargo la
construcción de esta idea creo que tiene un fondo escondido e intencional mucho
más profundo. En la escusa ideal para que el artista hable de arte, lo critique
y se reafirme en él, se presenta una cara altruista. Presenta una pantalla
hipócrita que se coge de la mano de otros para después aprovechar su errada
creencia y convertirla en una herramienta para salir exento de culpa. Haciendo
creer que su buena intención de tratar de dar una voz a un pueblo, a un público
inocente e inexperto fue rechazada por el mismo público y que fue una
equivocación intentar dar un punto de vista popular a una práctica tan pura y devota como es el arte. Es en este punto que se entiende un
contrapunto de individualismo en el que por más que se hable de una intención
objetiva e imparcial se nota un claro sujeto de segregación.
Mi intención al mencionar este supuesto donde el
fin justifica al medio, no es dejar un mal sabor dentro del arte, ni dejar de
pretenciosos a los artistas ni al mismo arte, mucho menos despreciarlo. Es
simplemente una observación en la que tomo en cuenta el riesgo de la posición
de artista hacia el crítico y viceversa. Es entonces donde mi punto de entrada
a la crítica se topa con la crítica misma y la evade abstrayendo su propósito, contenido y visión. ¿Es uno de sus
objetivos estetizar el ego del crítico-artista-teórico-intelectual?
Voy a responderme esta pregunta desde el otro
lado de la moneda. Cuando se habla de una crítica se piensa inmediatamente en
sacar a flote los defectos, las fallas, lo negativo de lo que se critique. Al
parecer esta tendencia tendrá su origen en un pensamiento puramente capitalista
occidental, organizado en pares opuestos, en donde se maximiza un tiempo
productivo sin dejar espacio a ningún punto de vista extra que no sea
específicamente el del enfocarse en las fallas. Es decir, o es malo o es bueno,
y con esto se puede identificar que se elimina y que se queda. Nada es
arreglable, todo es desechable.
Lastimosamente no es así, y digo lastimosamente porque resulta muy cómodo y
fácil decir «esto es bello» o «esto es mediocre» (Diderot, 2003, Salón de 1767,
Madrid: A. Machado Libros). Cuesta mucho más crear crítica dentro de un marco
investigativo, lingüístico, descriptivo y comparativo, no importa si es
subjetivo u objetivo.
[En este punto vale la pena definir varios
términos como son crítica constructiva
y deconstrucción (Andres Villalba, http://www.revistamundodiners.com/index.php?option
=com_content&view=article&id=241:ser-anonimo&catid=9galeria&Itemid=36) El primer término no necesariamente tiene
que ser una crítica en donde solo salgan a flote las cosas buenas, por el
contrario, es una crítica donde lo negativo se vuelve protagonista. A sí mismo
el segundo término no se refiere estrictamente a destrucción.]
Ahora, para no
desviarme del tema, volvamos al lado de la moneda por la que comenzamos.
Me atrevo a decir que la crítica contemporánea es una consecuencia de la
moderna, no en el sentido de que es el desenlace o el resultado de esta, sino
en un sentido en que la segunda encuentra una excusa en la primera (la crítica
contemporánea en la moderna). Y a pesar de que creo que no necesita otra excusa
que esa [histórica], no es difícil darse cuenta que se enfoca en una excusa
histórica dirigida al pasado. Cuando debería mirar al futuro y mucho más
importante situarse en el presente. Es, por ejemplo, claro en la crítica de la
obra de Vinicio Bastidas por Andrés Villalba titulada “Ser anónimo” la
presencia de referencias al pasado, citas, autores y conceptos, inclusive se
puede notar una aproximación al contexto actual. Sus citas comparativas
incluyen la obra que critica dentro de contextos en los que se la puede
entender mejor aun así no se la conozca. Sin embargo, no cualquiera puede entender
esta crítica. Se debe tomar muy en cuenta que fue escrita para la revista Diners y que está dirigida hacia un
público específico. Es aquí donde encontramos nuestro vínculo con el ego del crítico y el artista.
Según el
Diccionario General Ilustrado de la Lengua Española (Barcelona, España, 1982)
el ego es un ente individual, una extremada exaltación de la propia
personalidad hasta considerarla como centro de atención y actividades
generales. Este concepto, aunque un poco rígido, es muy acertado y calza
perfectamente en mi intención descriptiva del ego artístico. No es la individualidad lo que quiero resaltar, pero
la clarísima finalidad de resaltar una particularidad, una idiosincrasia con
una específica inclinación política y un manejo casi poético de todos estos
elementos. Dentro de todo esto se encuentra un peculiar gusto por lo exquisito,
lo no popular, lo inentendible para muchos y descifrable para pocos.
“Esta síntesis metodológica hace que el discurso
crítico pueda asumir mayores riesgos que el propio arte en la medida que en los
actos de «desvelamiento» el crítico vaya más allá del arte en el sentido de
investirle – gracias a la imaginación y la fantasía del crítico – una múltiple
variedad de intereses que le asignan un significado más profundo que el que en
realidad posee.”
Guasch,
A. Coord. (2003). La crítica del arte.
Historia, teoría y praxis. Barcelona: del Serbal (capítulo 3, pág. 134)
Esta cita sola hace todo este ensayo mucho más
efectivo, entendible y accesible. Al parecer para Donlad Kuspit (pluralista y
formalista), el crítico-literario hace un trabajo mucho más profundo que el
artista, y gracias a este personaje la obra llega a tener un sentido mucho más
fuerte. No podría estar más en desacuerdo con esta afirmación. Creo en que nada
ni nadie se puede atribuir mayor riesgo que el mismo arte como portador de
ideas, como reflejo del ser en esencia. Es el arte quien dota de significado y
sentido a la crítica.
Pero el objetivo no es contradecir al ego artístico y negarse ante él. La
intención es saber cómo aproximarse y saber cómo usarlo a favor del arte. El
objetivo es desinflar el globo del capital simbólico que maneja el ego artístico que existe hoy en día y
generar tensiones dentro de estos planteamientos superficiales. No definir puro
a cada espacio del arte por los límites de sus medios, pero definir a los
límites del arte por medio de nuevos espacios. Incluir, utilizar y aprovechar
estos direccionamientos falsos dentro del arte para una transformación del
mismo. La pregunta sigue en cuestión: ¿Qué hacer para desinflar el ego
artístico actual y usarlo a favor del arte ?
Bibliografía
- Guasch,
A. Coord. (2003). La crítica del arte.
Historia, teoría y praxis. Barcelona: del Serbal (capítulo 3)
- Diderot,
2003, Salón de 1767, Madrid: A. Machado Libros
- Diccionario
General Ilustrado de la Lengua Española, 1982